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     DIVERSIDAD ÉTNICA Y CULTURAL EN LA SOCIEDAD VALLECUACANA


La sociedad vallecaucana  se va construyendo de la constelación  cultural de lo
hispano, lo indiano y lo africano. Esta riqueza cultural se evidencia con mayor
claridad en la comunidad campesina mestiza denominada por Gerardo Ramos
como indio
una amalgama  de seres  de piel acanelada,  alegre en
el quehacer, emprendedora en las  labores, amante de la vida y de fortaleza
espiritual, se expanden  por la llanura, la sierra  y el mar, siempre
rejuveneciéndose en incesante mestizaje.
Con relación a la cultura hispánica, los  españoles y luego sus descendientes – los
criollos-,  modelaron la sociedad con base en la familia monogámica, endogámica 
y cristiana. La legitimidad en las uniones  y en la descendencia constituyeron
distintivos fundamentales ante grupos étnicos mezclados. La autoridad paterna era
determinante en el momento de decidir la nupcialidad de los hijos. Un matrimonio
indeseable era que se casaran con miembros de otra clase social, otra raza y otra
cultura, y  eso no se podía tolerar. La estrategia  que se desarrollaba entre los
padres y parientes era preservar el “orden” de la familia.
Por otro lado,  con la riqueza de  los mineros, hacendados y comerciantes, en Cali
y las demás ciudades del Valle crearon una vasta red de comerciantes, artesanos
y un universo de
sirvientes para el servicio doméstico, los indios y esclavos. Nacieron barrios que
espacialmente se ordenaron entre la elite,  los mestizos y  la población  de baja
esfera social. Las casas de los terratenientes y comerciantes  ricos se ubicaron en
las plazas con corredores y amplios patios y al fondo la estancia de los sirvientes y
peones  que sostenían las labores diarias. La arquitectura religiosa y civil se
levantó durante el siglo XVIII y adquirió  tamaño, altura y magnitud para albergar
tanto a la feligresía y celebrar las fiestas patronales  con toda pompa y las casas
de la gobernación y los cabildos para mostrar poder.
Ramos Gerardo. Valle del Cauca: su historia, sus empresas y sus gentes.  Libro Interactivo CD ROM 
Cámara del Comercio y Centro de Estudios históricos y sociales. Santiago de Cali, 2003. La elite vallecaucana en este siglo modeló un estilo de vida muy hispánico. El
mobiliario doméstico de la región fue importado, vajillas holandesas, lozas  chinas,
espejos, alfombras y sillas españolas. Imágenes de lienzo y de bulto adornaban
las habitaciones de sus residencias. La educación fue un bien preciado y se
orientaron a los hijos para estudiar las profesiones liberales como el derecho, la
medicina como también continuar con  las actividades   tradicionales  administrar
la hacienda  y establecer los contactos  comerciales, además  el  status de tener
en casa un sacerdote . Las fiestas estaban ambientadas con aires europeos como
el waltz, la marcha, la polca, las contradanzas inglesas y francesas, la mazurca,
minuetos y jotas. 
Los españoles nos legaron igualmente las concepciones religiosas representadas
en las advocaciones a la Virgen María, a los santos y el culto a la natividad y
muerte de Cristo.
Estos cultos fueron implantados por dos órdenes religiosas los franciscanos y los
dominicos.  Estas órdenes  programaron peregrinaciones a iglesias y catedrales
acompañadas de música de bandas de carácter sacro y profano, el uso de la
pólvora, pabellones de cintas, estandartes con hilos dorados, platos especiales de
comida, simbolizando en el imaginario cristiano y católico la fiesta de la vida. 
Con relación a  los indígenas, a finales del siglo XVIII  ocurre un rico y complejo
proceso de ordenamiento de los territorios indios.  Hasta entonces los pueblos
indios habían vivido de manera  dispersa  y gobernados por caciques de limitado
alcance, y en un continuo desplazamiento por las regiones cordilleranas. 
La resistencia indígena permanente permitió el reconocimiento y el  alinderamiento
de sus territorios. Surgen así los resguardos, las parcialidades y la gobernabilidad 
a través de los cabildos. Pero el mundo indígena de fines de  este siglo era distinto
al  de la inicial etapa colonia. Ya estaban aculturados, conocían perfectamente las
leyes y formalismos castellanos y en sus asentamientos  semisedentarios habían
desarrollado un sentido de unidad y pertenencia étnica y  cultural.
Con relación a la organización social,  el  matrimonio indígena veía más por el
tejido social que por la consulta a la voluntad individual. El régimen de parentesco
indígena era el uterino, según el cual la madre era  la transmisora de sangre.  Así
una mujer o un hombre indios reconocían su vinculación con la madre, su abuela y
demás ascendientes sólo por  línea materna. Algunas comunidades étnicas tenían
residencia patrilocal con el parentesco matrilineal,     e s decir, las mujeres
indígenas se iban a residir al grupo de su marido, .pero sus hijos pertenecían a su
grupo parental   femenino, por lo tanto los niños eran forasteros en la tierra de su
padre y ciudadanos en la tierra de su madre;    otras en cambio, tanto parentesco
como residencia eran de carácter matrilineal.y matrilocal. El parentesco afín era
polígamo en su versión poligínica y también se daba el sororato, o sea el indígena
se podía casar con las hermanas de su esposa La mujer indígena desempeñaba
un papel importante en su sociedad,  tanto a nivel económico como social, papel que es destruido por la estructura social española, subordinándola a un rol
meramente reproductivo . 
La sociedad mestiza en  el  siglo XVIII  se configuró  siguiendo el   ideario de la
elite terrateniente, además fueron  constituyendo una  población mayoritaria en  la
región.  Localizados en los campos y en las ciudades, “para 1776 conformaban  en
el Valle del Cauca un 35%, un 15% más  que la elite  -blanca criolla -  un 10% más
que los indígenas y un 50% más que los esclavos”
Considerados bastardos por las elites y a quiénes no podían esclavizar, ni 
obligarlos a pagar tributos pues no eran indígenas, segregados de las
universidades, de los puestos públicos y de  los barrios de los blancos, los
mestizos empezaron un proceso de afirmaron cultural.  Los asentados en las
ciudades buscaban asimilarse a la sociedad blanca, establecían uniones legítimas
y recreaban la estratificación racial. Empezaron    a ocupar nuevas tierras, a
explotar nuevos productos y a establecer nuevas relaciones sociales en el campo
y en la ciudad. El título de ‘don’ fue la referencia para distinguirse de  los blancos
nobles y empezaron a tejer una red social  y económica con esfuerzo, tesón y
ahorro  y fueron trazando un camino sólido  en el concierto de la sociedad
vallecaucana. La endogamia y la exogamia se hicieron presentes y actitudes tanto
conservadoras como liberales fueron signando los patrones de conducta, se crean 
de nuevo patrones híbridos culturales.
Por ejemplo el bambuco andino,  se recrea en las zonas montañosas con
influencias españolas, pero ninguna contribución de la rítmica  negra. El bambuco,
el torbellino, los pasillos, fueron géneros populares entre los campesinos y los
montañeses y tuvo múltiples usos: en las fiestas marianas y de los santos
patronos, para matrimonios y ritos fúnebres, para acompañar protestas y
revueltas.  Todos estos eventos sociales,   políticos y religiosos acompañados de  
los aires musicales  en boga, generaron encuentros, mezclas culturales que
moldearon y dieron carácter a las culturas populares vallecaucanas y que hoy
recreamos en Ginebra con el festival del mono Nuñez.    
La presencia de los negros en situación de cimarronismo, manumisos y libertos,
como también a través de la estrategia del mestizaje, -  el mulataje - , se hicieron
numerosos y ocuparon el espacio de los campos rurales desocupados,  o se
emplearon en las haciendas como agregados y se localizaron en las riberas de los
ríos, y  en las ciudades se situaron en los barrios más apartados, desde donde
practicaban  oficios artesanales y recreaban sus prácticas culturales  africanas. El
intenso cruce interétnico en el Valle del Cauca, tanto en los sectores populares
como entre los blancos y mestizos que entablaban uniones ilegítimas o legítimas 
visualizaban un panorama cultural diverso. Las dinámicas culturales a finales del
siglo XVIII  perfilaban  una nueva identidad en la sociedad vallecaucana.  
Rodríguez, Pablo.  La sociedad y las formas del siglo XVIII.  En Historia del gran Cauca. Fascículo 5. Op.
Cit, p., 84. La matrifocalidad  afrovallecaucana  gestó manifestaciones religiosas mestizas
cristianas como cantos de las Loas de navidad, los saludos a la madre de Dios, los
cantos de alabados en los ritos fúnebres, fugas a santos protectores todos
acompañados con bombos, conunos, marimbas y wasás Toda esta oralidad 
sacro- profana pervive hoy en día,  al igual que en  la región del  valle geográfico
del río Cauca. La música como el bambuco viejo denominado currulao  en sus
diversas variedades se fue desarrollando con  bundes y jugas. 
Estas músicas  viajan y llegan a todos los rincones del  Valle del Cauca  y se
cruzan en las urbes con la música afrocubana (el son, guaracha, guaguancó,
rumba, mambo) primero y la salsa de Nueva York y Puerto Rico posteriormente,
contribuyendo a los ritmos citadinos de la salsa caleña en particular y donde su
epicentro en el siglo XX lo constituye Puerto Mallarino y Juanchito, en las riberas
del río Cauca.
Para el siglo XIX, el espacio vallecaucano  está configurado por una diversidad
sociocultural  en las dos bandas del río Cauca, la primera por  la constitución de
una cultura popular , el campesino vaquero, ligado a la hacienda y a la economía
campesina y las prácticas culturales africanas que  se consolidan con un fuerte
poblamiento negro;   segundo el crecimiento de un fuerte mestizaje y mulataje en
los espacios de las haciendas, que se van fragmentando durante el siglo,
originando nuevos poblamientos y el avance de campesinos comuneros pobres
sobre tierras consideradas como baldías, que dan origen a los indivisos en el Valle
del Cauca.
En el contexto de una tradición hacendaria, surgen  actores  sociales: el
vallecaucano de la llanura dedicado a la ganadería  y por tanto el campesino
vaquero que enlaza el ganado, cuida aperos y acarreos, domina caballos.
Igualmente se tiene el vallecaucano pescador- campesino  y minero campesino, el
poblador rural y urbano. Este tipo de actividades generaron una mentalidad
localista, de identidad con el  territorio y en estrecha relación  las parcelas y los
pueblos con la hacienda.  El sentido de comunidad es más fuerte que el del
individualismo y la pertenencia a un lugar o paisaje  provoca los etnónimos de
“caleños”, “bugueños”, “palmiranos”, “tulueños”’, etc, que de vallecaucanos.
Con relación  al tejido social familiar, mientras la familia nuclear es lo
predominante en las elites  propietarias, la familia extensa y las relaciones
parentales son las que signan a los campesinos vallecaucanos.   Igualmente las
relaciones entre propietarios de la tierra y no propietarios  crean formas
clientelistas y de reciprocidad en sus relaciones sociales.
La vivienda va sufriendo una transformación según las prácticas culturales de los
actores sociales.  Las inmensas casas de algunas comunidades indígenas como
los Yumbos, los Yanaconas, los  Bugas, con fogones internos y la convivencia de
un  buen número  de clanes, con puertas estratégicas con funciones y simbologías
religiosas y de planta circular, se van cerrando al mundo exterior, se reducen en
tamaño  tanto en el espacio para habitar como del grupo familiar,  según los parámetros culturales de los españoles, que los relegaban y encerraban en
oscuros y estrechos rectángulos.
Los criollos retoman inicialmente el concepto hispanoárabe del vivir recogidos
hacia el interior, de ahí que los principales pueblos coloniales vallecaucanos
(pequeñas  urbes) se mantiene el modelo rectangular con entrada principal con un
zaguán que da a un jardín interior  en torno al cual se distribuyen los amplios
corredores y las habitaciones.
Los contactos con el mundo exterior se dan a través de las ventanas  y de los
balcones desde donde se observan  desfiles, procesiones y el trasegar callejero.
Los hacendados medianos llamados montañeses y los terratenientes van creando
una concepción arquitectónica   diferente, movidos   por las  condiciones
climáticas  y como respuesta a las necesidades de imagen y  poder.
Una amplia y horizontal edificación rectangular de uno o dos pisos albergan todos
los campos de la vida íntima y social y alrededor amplios corredores techados les
permiten airear y refrescar, así como vigilar y controlar el territorio de la hacienda.
Su localización  además ocurre en terrenos altos, para evitar inundaciones y ante
todo para impactar con una presencia  sólida, imponente y visible, desde grandes
distancias.
Los mestizos asimilan esta estructura habitacional  reduciéndola  en sus
proporciones y tornándolas más discretas y funcionales en su decoración y
ambientación y construyéndola de un solo piso.  En general es de una sola planta
rectangular que incluye una cocina lateral con entrada aparte y un cobertizo frontal
techado para airearse, recibir visitas o descansar  y un huerto alrededor, con
diferentes  tipos de cercas  para delimitar la propiedad. 
Persisten en todo el Valle del Cauca, todas estas   variedades de viviendas,
cambiando los muros de adobe o tapia pisada por ladrillo  y las tejas de barro y la
paja por tejas de eternit o de zinc y los ventanales en madera por metal. 
La estética y funcionalidad de estas construcciones habitacionales, reflejan los
valores sociales, los conceptos técnicos, el desarrollo personal y colectivo del
gusto de los vallecaucanos, los conceptos políticos, económicos y jurídicos de una
época y de cada grupo social

El modelo organizativo de los  poblados  indígenas  de carácter circular se
sustituye por el modelo ibérico. Los poblados  y ciudades vallecaucanos, parten de
un núcleo central donde se ubican los poderes políticos y religiosos, van
aglutinando hacia las periferias las viviendas  de  los notables, las calles de los
comerciantes, los talleres de los artesanos y los cementerios.
Pinilla, Higuera, Germán. Culturas populares vallecaucanas. Vida cotidiana y crónicas imaginarias
Instituto Popular de Cultura. Secretaría de educación Municipal. Alcaldía Santiago de Cali. Cali, 1977. Producto del mestizaje de raíz indígena tenemos la ampliación de funciones de la
plaza mayor de los pequeños  poblados,  en donde los mercados de
abastecimiento y de artesanos, se toman un día a la semana los tradicionales 
espacios de los desfiles, las manifestaciones políticas y las procesiones.
Sin embargo,  las ciudades grandes  de carácter tradicional y de abolengo
colonial, han mantenido una férrea delimitación de usos de sus plazas mayores.
Coexisten entonces en algunas ciudades del departamento,  plazas mayores con
funciones de carácter  religioso y político, en tanto otras tienen múltiples funciones,
desde actividades comerciales y de mercado en un día a la semana, pasando por
actividades lúdicas y culturales.
Con la presencia africana en el Valle del Cauca empiezan a construirse unas
prácticas culturales fluidas, una,  en las cuales el modelo africano se erige en las
minas, en tanto en las haciendas, los esclavos adoptan el modelo español y lo
adaptan funcionalmente.
Otro aspecto relevante en la historia y cultura afrovallecaucana es el fenómeno de
los palenques, lugares de refugio y fortalecimiento cultural  de los esclavos huidos,
ya que  en dichos emplazamientos se gesta una nueva cultura, con raíces
africanas  valiosas, pero con una conformación muy autónoma, respondiendo a un
proceso de adaptación y creación por parte de  los  esclavizados.
Las manifestaciones culturales afrovallecaucanas tradicionales tienen su origen en
los palenques caucanos de Puerto Tejada, San José,  Castillo y en  Cerrito a
finales del siglo XVIII.
La contribución cultural africana  a la sociedad vallecaucana se centró en los
grupos familiares específicamente la familia extensa polígama en su versión
poligínica, una estructura social  matrifocal, el don de la palabra  a través de la
tradición oral y la movilidad espacial masculina en las áreas rurales como cortero
de caña de azúcar y también como vaquero. El negro  cultivador, propietario de
una pequeña parcela, adquirida a lo largo 
de su proceso emancipador de la esclavitud,  generó una cultura negra , asentada
en el sur del valle geográfico del río cauca, o norte del  departamento del Cauca y
que ha protagonizado fenómenos políticos, sociales y económicos, en procura de
fortalecer  y/o reivindicar sus identidades negras  y mulatas. Igualmente el negro
del Pacífico vallecaucano con una economía  poliactiva  circula por los ríos de
manera vertical y horizontal, estableciendo una movilidad espacial  y estructurando
un parentesco exogámico y de redes relacionales. La mujer negra  en cambio
estabiliza la esfera de las unidades domésticas productivas y residenciales. 
Las comunidades negras, mulatas y mestizas empiezan un proceso de
colonización agraria interna, que tuvo como epicentro el sur del valle geográfico,
desde donde incidió cultural y demográficamente sobre las dos bandas, pero ante
todo sobre la oriental.  Esta dinámica pobladora desarrollada de sur a  norte  no siguió un patrón único y donde las relaciones sociales se fueron transformando y
los patrones culturales se tornaron híbridas.
Cimarrones, libertos y manumisos avanzaron hacia  haciendas ganaderas
abandonadas y las mejoraron con prácticas agrícolas. Estos campesinos se
llamaban  a sí mismos  ‘comuneros’  plantearon una férrea resistencia en contra
de los terratenientes y se mantuvieron  estables durante el siglo XIX. Estos
comuneros  fueron estableciendo comunidades  donde  recreaban sus prácticas
culturales propias y ejercieron un activo comercio  de sus productos, tales como
plátano, yuca,   frutas, cacao y maíz, transportándolos en balsas de guadua por el
río Cauca. Los negros campesinos del sur, al comerciar sus productos en Cali, no
solo establecían las relaciones comerciales sino que también establecían unos
mecanismos de comunicación entre las distintas comunidades campesinas
vallecaucanas. Las comunidades negras  comuneras relevantes fueron Puerto
Tejada, Padilla, Villa Rica, Guachené, Robles, Santa Ana, Caloto y Santander de
Quilichao. Estas comunidades agrarias se fueron urbanizando y empezaron a
crecer y densificarse demográficamente,  fenómeno que algunos autores han
denominado “urbanismo de colonización”, una época que cubre cien años, 1840-
50 hasta 1930-40
El espacio sobre el cual se extendió esta colonización negra, lo constituyeron  
bosques, lagunas, terrenos inundables, baldíos  y el aprovechamiento de los
negros por los litigios de tierras entre los terratenientes,  para colonizarlas. El
trabajo de estos campesinos negros modificó el paisaje  natural; donde había
bosques, se habilitaron para el cultivo del arroz aprovechando las condiciones de
humedad natural del suelo. Mediante técnicas artesanales fueron drenados los
pantanos y ciénagas para habilitarlas a la agricultura y construcción de viviendas.
Los bosques de yarumos se sustituyeron por árboles  frutales (mango, guanábano,
naranjos, chirimoyos, caimos, limones) que servían de alimento y de sombra para
los cultivos y la proteína  la  obtenían de los animales del monte  y del pescado
Todo este proceso migratorio produce una reintegración de la  etnia negra  y una
recomposición de la familia extensa, como también un proceso de mestizaje  con
población asentada en Pradera, Cerrito, Candelaria, Florida, generando un gran 
población mulata y  una resignificación de sus identidades.  Apellidos africanos
como Amú, Arará, Balanta, Brandt,  Carabalí, Lucumí, Mezú, Mina, Ocoró, Popó,
Viáfara, combinados con apellidos mestizos y blancos procedentes de antiguos
amos como Arboleda, Cortéz, Garcia, Gamboa, Valencia,  generan lazos
consanguíneos muy fuertes y una estructura parental que se extiende a lo largo de
la región de la banda oriental del  río Cauca, como también en el Pacifico
vallecaucano. .
Mosquera, Torres, Gilma y  Aprile-Gniset, Jacques. Dos ensayos sobre la ciudad colombiana. Universidad
del Valle, Cali, 1978. p., 69,  158.
Almario Oscar. La configuración moderna del Valle del Cauca, Colombia. 1850- 1940. Caon Editores.
Cali, 1993. Además de la colonización interna vallecaucana dada por los negros y mestizos,
se da otra migración al Valle del Cauca, una colonización de antioqueños,
quindianos, caldenses y tolimenses que avanzan por  la cordillera Central  en
dirección norte-sur. El primer período de colonización ocurre  en la mitad del siglo
XIX y establecen un poblamiento   disperso, por las cumbres templadas  de la
cordillera, evitando el choque con los hacendados de la zona plana.
El segundo período de  la colonización antioqueña   ocurre en las primeras 
décadas del siglo XX y a lo largo de la cordillera  Occidental con un tipo de
poblamiento  nuclearizado
.   La colonización antioqueña incidió económica y
culturalmente la banda occidental del río Cauca.  Esta zona vallecaucana por
tradición aislada geográfica y sociopolíticamente,  habitada por campesinos,
forasteros y montañeses fue renovada por la influencia antioqueña que aportó
nuevos elementos culturales y económicos.  Los valores fundamentales de la
cultura paisa estaban basados en la propiedad, la familia, la religiosidad y el
comercio y una identidad étnica  mestiza-blanca que, en general tiende a  ser 
homogénea.  Los vallecaucanos residentes en ésta zona entablaron empatía con
los inmigrantes, pues su propios valores  conservadores y vida austera eran
semejantes.
El centro del Valle con Tulúa a la cabeza se convirtió en el punto de contacto
entre antioqueños y vallecaucanos y centro comercializador del cacao, que se
cultivaba en los  alrededores. El cacao- el chocolate -  es parte principal de la dieta
de los paisas, de tal manera que el destino final del mercadeo del cacao desde
Tulúa hasta Antioquia, pasando por Manizales, amplió los horizontes de las
ciudades del centro del valle y empezaron a ser atracción de inversionistas,
mercaderes y comisionistas. Los paisas empezaron a tener relaciones comerciales
con los terratenientes de la otra banda y los intercambios entre los distintos
actores sociales  de ambas bandas se fueron incrementando generando una gran
actividad integradora. 
Los arrieros, hombres esforzados y emprendedores llegaron al Valle a lomo de
mulas con sus mercaderías nacionales y extranjeras, las semillas del café, las
camándulas, las trovas, el espíritu práctico, la iniciativa individual, el honor familiar
basado en el trabajo, el lucro personal, la honestidad y la palabra empeñada.
También a golpe de machete y hachas, abrieron trochas y caminos que pronto se
poblaron de fondas, iglesias y casas con corredores y jardines colgantes de
geranios. Estos arrieros se constituyeron en uno de los agentes  de cambio
cultural por excelencia, su simplicidad y espontaneidad, su  espíritu  franco y
abierto, su relativa tolerancia y su valoración del trabajo como fuente digna de
riqueza y ascenso social,  fueron los valores que legaron a las culturas populares
vallecaucanas.
Mosquera Torre, Gilma y Aprile- Gniset, Jacques. Op. Cit. P., 58 Los patriarcas antioqueños,   tanto  los modestos campesinos como los grandes
terratenientes, consideraron  como deber político y misión religiosa, el fundar
pueblos,  implantar el orden y la moral y llenar de hijos sus fundos y los
alrededores. El ethos cultural  paisa con relación  a la virilidad masculina  y la
feminidad  se sustenta en  la paternidad  y la maternidad,  por tanto el mayor
número de hijos significaba simbólicamente fuerza de trabajo familiar para
construir riqueza y ofrendas  para Dios y su Iglesia.
La fundación de poblados de carácter nucleado por parte de los paisas  fue
concebida con el criterio de inversión con una perspectiva a largo plazo de ejercer
control económico y social. A principios del siglo  XX los criterios culturales
antioqueños se expresan en los
asentamientos de Versalles, Trujillo, Darién, Restrepo y Sevilla, y los
vallecaucanos de estas regiones  acogieron con beneplácito a los foráneos y sus
imaginarios culturales. 
Por otra parte, la visión comercial e industrial de los inmigrantes antioqueños,
aportaron a la sociedad tradicional y terrateniente del Valle nuevas concepciones
frente al manejo de la tierra.
La hacienda vallecaucana considerada feudal en sus  relaciones sociales de 
producción, empezó a considerar la posibilidad de generar una agroindustria en
sus tierras y comercializar activamente sus productos, ello implicaba establecer un
sistema de mano de obra asalariada y abrirse a la economía de mercado. El paso 
de  la “región de haciendas” a la  “ región de ingenios”  denominada así por
Luciano Rivera Garrido
, da paso  también  al cambio,  a las condiciones
socioculturales de la población vallecaucana.
Aspectos culturales como la música del tango y de carrilera, pasados con
aguardiente, guardados en carrieles y  protegidos por el machete, la nostalgia de
bambucos y  pasillos arrullados por el aroma de los buñuelos, arepas y frijoles, se
encuentran presentes en las plazas, barrios, tiendas y cantinas  del centro y norte
del Valle. En el sur, tangos, bambucos, currulaos,  música de carrilera, salsa, 
merengues, porros  rumba y danza, acompañados del licor recorren la planicie  y
la costa y recientemente,  las nuevas formas musicales de la modernidad. 
Como se puede observar, las dinámicas culturales y sociales en el Valle del Cauca
se han constituido por corrientes inmigratorias  provenientes de distintas
procedencias regionales desde el siglo XVI hasta el  siglo XX.  En un recuento
rápido, la población indígena residente en este territorio se mezcla con los
ibéricos, de lo cual los mestizos criollos en sus distintos estratos socioeconómicos
van generando unos imaginarios culturales que van recreando al paisaje
vallecaucano. Por otro lado, los mismos hispanos  van imponiendo su impronta
cultural, transformando tanto el paisaje natural como las prácticas culturales
solidarias y sociedades  clánicas matrilineales, para pasar  a ser sociedades
Rivera, Garrido, Luciano. Algo sobre el Valle del Cauca. Citado por Almario Oscar. Op. Cit. p., 109. individualistas y  jerarquizadas  de carácter patriarcal. La población africana
también lega su aporte cultural.  Familia extensa, oralidad, oficios religiosos donde
se actúa, canta, se arrulla, se recitan loas, se baila,  un talante orgulloso de su
identidad  y diversas formas productivas  en las dos bandas del río Cauca, van
perfilando unas economías campesinas y una identificación con el territorio.
Para el siglo XIX, tenemos otra inmigración, una de carácter interno,  forasteros y
montañeses  provenientes de la parte andina  y la colonización antioqueña que
vienen  a fortalecer  la multiculturalidad y la multietnicidad  del departamento del
Valle del Cauca.
Los inmigrantes que penetraron por la cordillera occidental siguiendo la ruta de los
colonizadores antioqueños, por el camino de Anserma. Hubo otro proceso que
utilizó como punto de penetración, las ciudades de  la parte plana del
departamento como Roldadillo, Toro, Tulúa y continuaron  a la región del actual 
municipio de Darién. La colonización de las tierras de  La Cumbre estuvo ligada a
la construcción del Ferrocarril el Pacífico entre el tramo de Buenventura – Cali. Así
mismo, las ciudades de Toro, La Unión y Rodanillo reciben a finales del siglo XIX,
una fuerte migración de colonos pobres y con recursos,   en la búsqueda  de
ocupar tierras cerca de la ciudad o en los barrios  para poder vincularse al
comercio abierto por la colonización, bien fuera vendiendo o intercambiando
mercancías 
por productos agropecuarios. Ello implica una revitalización de la economía de
estos municipios, que se convierte en puerta de acceso a los nuevos pobladores
que se dirigen hacia Versalles fundada por los paisas  y hacia lugares donde se
estaba descuajando la selva de la cordillera occidental.  
Los inmigrantes que penetraron por la cordillera Central tomaron tres rutas
diferentes: una continuaron el camino de la colonización paisa por Quindío; otros
atravesaron la cordillera desafiando las difíciles  condiciones geográficas y
climáticas de páramo, y unos terceros arribaron por la red  de ciudades y pueblos
de la parte plana del departamento.
19 Estos colonos procedentes de Cundinamarca, Boyacá, Cauca y Nariño, eran campesinos pobres en busca de
tierras para cultivar sus productos  de clima frío. Se localizaron  tanto en la franja
occidental como oriental de la cordillera Central y formaron caseríos que después
alcanzaron la categoría de corregimiento. Estos inmigrantes desarrollaron una
actividad agropecuaria intensa  y se convirtieron en la despensa  agrícola
vallecaucana.Con estas nuevas poblaciones migrantes reordenando  el espacio territorial, se
definen también nuevos lazos parentales de orden patriarcal, un fuerte  Véase Londoño, Motta, Jaime Eduardo. La colonización de vertiente en el Valle del cauca. En Historia  del
Gran Cauca. Fascículo 8. Op. Cit. P149-152; Almario, Oscar, Op. Cit. p.,  128-166.
Véase, Rojas , J. y Castillo Luis Carlos. Recomposición del campesinado en el Valle del cauca. 
ediciones Universidad del Valle, Cali, 1987. de arraigo a la nueva tierra, enlaces matrimoniales exogámicos y una hibridación
en los aspectos religiosos, musicales y sociales
Para el siglo XX continúa la corriente inmigratoria, y estas poblaciones inmigrantes
optimizan  la espacialidad del  Valle,  residiendo  en áreas donde tengan
comodidades urbanas y trabajando en zonas agrarias, industriales o
agroindustriales y donde se generan demandas de trabajo.  Ejemplo de ello lo
constituyen los japoneses que localizados en Palmira empiezan a construir una
sociedad agroindustrial  muy fuerte. 
El inmigrante en el Valle del Cauca ha  provocado una dinámica  sociocultural
frente a la  tierra, la vivienda, lo económico y lo político  y ha ordenado un espacio
con nuevos imaginarios, nuevos símbolos que ha dado lugar a una hibridación 
cultural  intensa.
En estas circunstancias, los núcleos pobladores del valle del Cauca, siguiendo a
Ramón Franco citado por  Oscar Almario
se han clasificado en cinco grupos: 1)
región mestiza ubicada en ambas bandas  del valle geográfico, 2) región indígena,
que se localiza en las partes medias y altas de las cordilleras occidental y central,
3) el núcleo blanco ubicado en  el cinturón de las ciudades  como Cali, Palmira,
Buga, Tulúa y Cartago, 4)  una población afrocolombiana localizada tanto en la
costa del Pacífico como en las riberas del río  Cauca, y 5)  una gran población
mulata, de estampa trigueña  que habita en  todo el departamento.
Las consideraciones sociales, económicas, culturales y políticas,  de este tipo de
poblamiento,  implican  inicialmente una movilidad  étnica y social, después, la
urbanización de la  vida social de una región tradicionalmente agraria y ya en el
siglo XX,  la infraestructura vial que se ha construido para integrar al valle con el
resto del mundo, lo cual ha incidido en las dinámicas de estas sociedades y
territorios.
La diversidad cultural y étnica en el Valle del Cauca en el siglo XX y en lo  que va
corrido del presente siglo se manifiesta  por grupos indígenas de variadas etnias
que ascienden a 25.000 personas agrupadas en 39 comunidades Paeces, 32
Embera-Chamí,   7 comunidades Wuanana  y  una  Embera Eperá  Sapidara. El
territorio de estas etnias se localizan en 21 municipios, 16 de ellos en la cuenca
del río Cauca, y cinco en la vertiente del Pacífico.
Para los pueblos indios actuales la base material de su cultura es el territorio La
forma de tenencia más significativa  es el resguardo de origen colonial. Se
caracterizan por practicar una economía de subsistencia, aprovechando en forma
comunitaria los recursos naturales: tierra, bosque, agua, fauna y flora. Gozan de
una fuerte Almario, Oscar.  Op. Cit. p., 110. Datos  de la Organización Regional Indígena del Valle del Cauca,- ORIVAC,  2005. Las comunidades de río y costa como los Embera Eperara  y los Waunanas   de la
vertiente del Pacífico tienen una  relación con el  territorio ligado al agua, por
cuanto son fluviales. Se ubican en las riberas de los ríos Naya, Yurumanguí,
Dagua y la hoya del río San Juan.  En cambio los Embera  Chamí,  son
comunidades de montaña localizados en Restrepo, Darién, Aguila, Vijes,
Roldadillo, Obando,  Zarzal y el Dovio.
Lingüísticamente los Embera Chamí  y los Embera Eperá pertenecen  a  la  familia
Caribe, como también los Waunanas, y su cosmología es semejante, sus rituales y
el uso cotidiano de los objetos se realizan a través del Jai y del Jaibaná. 
La música para los Embera Chamí  funciona como un medio de conocimiento e
interacción entre las fuerzas cósmicas, los espíritus y la comunidad. Los cantos de
los Jaibaná (médicos- sacerdotes)  para los ritos de curación, ocupan un lugar
destacado y son acompañados con toques de “Churo” caracol-trompeta, y sonidos
producidos con la vibración de abanicos de hojas de bijao que el jaibaná agita
sobre el cuerpo del enfermo. 
Los Nasa (paeces)  localizados en los  municipios de Florida, Pradera y Jamundí,
la relación hombre-tierra es fundamental. De ahí se deriva su subsistencia y  el
desarrollo de su cultura. La cosmovisión y simbologías se centra en el taita, para
dirigir los destinos de la comunidad. Están  organizados en Resguardos y
parcialidades  que se autorregulan a través del cabildo.  
Otro nivel organizativo de las etnias es que se agrupan en dos organizaciones
legalmente constituidas que cubren  a todos los cabildos del Pacífico y del río
Cauca y son la Asociación de cabildos indígenas del Valle – ACIVA y la
organización regional indígena del Valle del Cauca- ORIVAC
También hay que señalar que se hallan procesos de reetnización entre
comunidades indígenas que han migrado a los espacios urbanos del  
departamento. Tenemos  Yanaconas, en Buga, Tulúa y Cali.  Embera- Chamí en
Tulúa y Cartago, Paeces en Buenaventura  e Inganos  en Buenaventura y Cali.
Llevan asentados más o menos treinta años y sus descendientes son oriundos de
las ciudades citadas. El proceso aculturativo por   hibridación,   ha conllevado a etnicidades  que tiende a  se
una reinterpretación de las identidades

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